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Sexto Sacramento: ORDEN SAGRADO  

Orden Sagrado es el Sacramento que da potestad de ejercer los sagrados ministerios que se refieren al culto de Dios y a la salvación de las almas. El Orden imprime el carácter de ministro de Jesucristo. Sólo los varones pueden recibir este sacramento. 

El ministro del Orden es el Obispo, el cual da el Espíritu Santo y la sagrada potestad con la imposición de las manos y entrega de los objetos sagrados, propios del Orden, diciendo las palabras de la forma prescrita. 

Se llama Orden porque consiste en varios grados, de los cuales resulta la Sagrada Jerarquía. La Tonsura no es Orden, sino una preparación para el Orden. Hay siete Órdenes: cuatro menores y tres mayores. Las cuatro menores son: Ostiariado, Lectorado, Exorcistado y Acolitado. Las Órdenes mayores son: Subdiaconado, Diaconado y Presbiterado.  

El Diácono asiste inmediatamente al celebrante en la Misa solemne, cantar el Evangelio, predica con la debida licencia, y, con justa causa, bautiza solemnemente y distribuye la sagrada Comunión y celebra matrimonios. 

El Presbítero o Sacerdote puede consagrar en la celebración de la Misa el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, y perdonar los pecados. 

El Episcopado no es Orden distinto del Sacerdocio, sino su plenitud o complemento. El Obispo tiene la potestad de confirmar, conferir Órdenes, enseñar y gobernar a los fieles. 

La Consagración Papal no es Orden. El Papa es el Obispo de Roma, quien por razón del Primado, goza de la autoridad suprema sobre todos los fieles, aun sobre los obispos. Jesucristo mismo instituyó el Episcopado y el Sacerdocio simple, y por medio de los Apóstoles el Diaconado, del que se derivan las demás Órdenes inferiores.   

OBLIGACIONES GENERALES DE LOS CLÉRIGOS DE ÓRDENES MAYORES

Los que han recibido Órdenes mayores están obligados a guardar castidad perfecta, a rezar diariamente el oficio divino y a permanecer en el estado eclesiástico durante toda su vida. 

Jesús alabó la castidad diciendo: que es un don del cielo concedido a las almas escogidas (San Mateo, 19, 11). San Pablo, en la Epístola 1ª a los Corintios (c. 7, v. 33 y 34), dice: “El que no tiene mujer, está cuidadoso de las cosas que son del Señor, de cómo ha de agradar a Dios”. “Mas el que está con mujer, está afanado en las cosas del mundo, de cómo ha de dar gusto a su mujer, y anda dividido”. Por esto, la Santa Iglesia, regida y gobernada por el Espíritu Santo, obliga a los clérigos de Órdenes mayores a guardar el celibato, para que estén más libres y puedan atender mejor a las cosas de Dios y a la salvación de las almas. 

Las obligaciones de los clérigos, no son una carga pesada, pues, Dios con su gracia la hace ligera. 

El estado eclesiástico se abraza voluntariamente, no por fuerza; las Órdenes mayores se pueden recibir sólo en la edad en que uno es capaz de conocer bien y aceptar libremente las obligaciones anexas a las Órdenes. 

NECESIDAD DEL SACERDOCIO CRISTIANO

No hubo jamás sociedad alguna religiosa sin sacerdotes, esto es, sin personas que tuviesen el cargo especial de ordenar todo lo relativo al honor y culto de la divinidad. 

Nuestro Señor Jesucristo constituyó a la Iglesia sociedad perfecta; por consiguiente, debe haber en ella quien mande y quien obedezca. Antes que Jesús subiera a los cielos, encargó a los Apóstoles la continuación de su obra; les trasmitió el sacerdocio y la facultad de comunicarlo a otros para perpetuarlo hasta el fin del mundo. 

El sacerdocio se perpetúa por medio del Orden. El sacerdocio es necesario en la Iglesia para que haya el santo sacrificio de la Misa, para la administración de los sacramentos y para la enseñanza de la religión. 

El sacerdocio católico, no obstante la guerra que contra él mueve el infierno, durará hasta el fin de los siglos; porque Jesucristo ha prometido que las potestades del infierno no prevalecerán jamás contra su Iglesia. 

DIGNIDAD DEL SACERDOCIO Y RESPETO QUE SE LE DEBE

La dignidad del sacerdocio cristiano es muy grande, porque su misión es continuar sobre la tierra la obra de Nuestro Señor Jesucristo. El Sacerdote es un representante de Jesucristo. Grande es, pues, el respeto que debe tenerse al sacerdocio. 

El primero que debe respetar al sacerdocio es el mismo sacerdote, no haciendo jamás cosa alguna indigna de quien está investido de tan grande dignidad. Decía Jesús a los Apóstoles, y en la persona de ellos a todos los sacerdotes: “Vosotros sois la sal de la tierra; sois la luz del mundo, etc.”. Todos los cristianos deben ver en el sacerdote, no a un hombre como los demás, sino a un representante de Jesucristo, y como a tal respetarle. 

Hay sacerdotes indignos, es cierto: entre los doce Apóstoles hubo un Judas; no es extraño que entre tantos millares de sacerdotes se encuentren algunos imitadores de aquel traidor. Los Ángeles pecaron en el cielo, Adán y Eva en el Paraíso Terrenal; también puede suceder que algunos sacerdotes cometan pecados, y aún grandes pecados. Pero, aun cuando haya sacerdotes malos, no es razonable dejar por esta causa de creer o practicar la santa religión. 

El sacerdote no es la religión; el sacerdote es un hombre y como tal está sujeto a miserias, a cambios: el que hoy es bueno, mañana puede ser malo, o viceversa. Nuestra fe debe estar puesta, no en el hombre, sino en Dios, quien nunca varía siempre es el mismo; así debe ser nuestra fe, firme, inquebrantable, sin fijarnos en lo que hacen o dicen los demás. 

Los malos sacerdotes causan mucho mal a la religión, pues indudablemente el desprestigio de los sacerdotes redunda en desprestigio de la religión. Por esta causa los enemigos de la religión publican las faltas de los sacerdotes (con verdad raras veces, con mentira casi siempre), no porque aborrezcan los vicios que los acusan, pues ellos suelen tener los mismos vicios u otros peores, sino por el odio que tienen a una religión tan pura y santa que condena toda iniquidad. 

Es pecado gravísimo el desprecio y las injurias a los sacerdotes, porque son contra el mismo Jesucristo, quien dijo a los Apóstoles: “El que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia”. 

Quien supiera alguna falta grave de algún sacerdote, procure dar conocimiento de ella al Obispo, para que tome las medidas que crea oportunas. 

DISPOSICIONES PARA ABRAZAR EL ESTADO ECLESIÁSTICO 

El fin del que abraza el estado eclesiástico ha de ser únicamente la gloria de Dios y la salvación de las almas. Para entrar en el estado eclesiástico es necesario ante todo la vocación divina.  

Para conocer si Dios llama a uno al estado eclesiástico es necesario: 

1º Rogar fervientemente al Señor que manifieste cuál es su voluntad. 

2º Tomar consejo del propio Obispo o de un director sabio y prudente. 

3º Examinar con diligencia si se tiene la aptitud necesaria para los estudios, ministerios y obligaciones de este estado. Quien tomase el estado eclesiástico sin vocación divina, haría un grave mal y se expondría al peligro de condenación. Los padres que por motivos temporales inducen a sus hijos a abrazar sin vocación el estado eclesiástico, cometen una culpa gravísima, porque usurpan el derecho que Dios se ha reservado a escoger sus ministros y ponen a sus hijos en peligro de eterna condenación. 

Los fieles deben: 1º Dejar a sus hijos y subordinados en plena libertad para seguir la vocación de Dios. 2º Rogar a Dios que se digne proveer a su Iglesia de buenos pastores y celosos ministros, para lo cual han sido también instituidos los ayunos de las cuatro Témporas. 3º Tener un singular respeto a todos los que por medio de las Órdenes están consagrados al servicio de Dios. 

LAS CEREMONIAS Y OBJETOS SAGRADOS

Las ceremonias y objetos sagrados que se usan en el culto divino tienen su significado especial. Es frase propia de los impíos e ignorantes: En la Iglesia hay demasiado lujo. 

Para el servicio, culto y honor de Dios hemos de emplear lo mejor. El inocente Abel ofrecía a Dios lo mejor; el perverso Caín lo peor. Jesús reprendió a los que criticaban a Magdalena, porque usó una substancia muy preciosa para honrar al mismo Divino Salvador.

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